Subieron a lo más alto de la noche fría.

Sin luna, sin estrellas.

Sin nada.

Él la miró, y vio en su cara todos los destellos.

Confiado, se acercó hasta ella,

se quitó el pañuelo y,

despacio, le abrigó el cuello.

El cielo ya no estaba solo.

Fue una noche con besos.

Sin luna.

Sin estrellas.

Con todo.








                         

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